Pablo Bernal se levantó con el recuerdo de lo que había soñado. Quizás porque los paisajes de las Islas Malvinas son tan intensos que no hay modo de olvidarlos. O quizás porque jamás vaya a olvidar lo que ha vivido en aquel lugar. A través de la ventana de su casa en la ciudad de Yerba Buena vio los árboles, el pasto y la tierra del jardín: marrones, verdes y amarillos. Parecidos a los colores del sueño, aunque faltaba el celeste del mar, que allí enseña que la naturaleza manda y el hombre obedece.
Entonces cerró los ojos y volvió otra vez a aquella mañana de abril, en la que a sus 18 años y vestido por primera vez con la ropa de un infante de la marina, bajaba de una lancha agazapado y corría tierra adentro. “Las guerras son así: uno va para vivir y para que vivan los demás”, dice hoy, 40 años después del desembarco argentino.
Bernal no es friolento. Pero sabe que en invierno, en el archipiélago el viento se siente como si soplara entre las venas. Igual, no quiere hablar de eso. “Malvinas fue lo mejor que me pasó. Respeto a quienes no la pasaron bien y a los que murieron. Yo solo recuerdo lo bueno. Es lo que quiero recordar”, explica. Y es que si la vida está hecha de recuerdos y si el pasado condiciona al presente, piensa que es mejor quedarse con las imágenes mentales que hacen bien.
Pelo blanco y frente amplia, Bernal minimiza o evade los momentos difíciles. No se siente cómodo cuando habla de ese frío, del hambre o de la muerte. Tampoco le gusta que los demás sepan que en 1982 había sido citado por segunda vez para el seleccionado tucumano de rugby. Y que su papá estaba enfermo e internado. La convocatoria del Ejército fue inesperada y dolorosa. Quería quedarse con los suyos. Quería quedarse a jugar. “De repente, tuve que dejar todo e irme. Sentía impotencia de no poder cambiar ese destino”, grafica.
Pero así como ahora escoge el vaso medio lleno, así también lo hizo en aquel entonces. La pesadumbre y el sacrificio dieron paso a la valentía y al orgullo. “Cuando llegamos a las islas, cantábamos y nos arengábamos”, rememora. Esos primeros días en Malvinas, él y los demás muchachos sentían optimismo. “Éramos los herederos de Belgrano... de San Martín”, relata.
Hasta que llegaron los ingleses y todo cambió. Dos meses estuvo entre bombardeos y disparos a sangre fría. Dormía en su posición, cuando podía, y comía en su posición, también cuando podía (y lo que había). “No dormíamos: dormitábamos -corrige Bernal-. En los pozos nos metíamos cuando nos atacaban desde el cielo. Nos atacaban todo el tiempo. Nos disparaban con cañones. Nos tiraban con bombas que explotaban una vez y volvían a explotar después”, narra. Pero al segundo de haberlo dicho, se arrepiente: “eso no tendría que haberlo contado”.
Bernal es hoy jubilado de Malvinas y trabaja en una empresa. Pocos podrían sospechar que este nombre afable sobrevivió dos meses cuerpo a tierra. Que cayó como prisionero de guerra y quedó en manos de los ingleses. Que en 90 días no tuvo prácticamente la oportunidad de bañarse, de afeitarse o de cortarse el pelo. Que no supo nada de su familia. Que apenas tenía qué comer. Que había días en que los bombardeos se prolongaban durante horas y horas y horas. Que solo algunas noches pudo refugiarse en un galpón de los kelpers. Que no había ni buenas noches ni buen día; solo un continuo. “Perdimos todo contacto con el continente. No recibíamos ni cartas ni nada. No sabíamos lo que estaba pasando. Aún así, nos dábamos ánimo”, cuenta.
- ¿Cuándo soñás con las islas, con qué soñas?
- Sueño que vuelvo. Quisiera ir a Puerto Argentino y a las Islas Borbón; recorrerlas como a cualquier otro lugar de la Argentina.
- Si esto fuera una charla en un colegio, ¿qué dirías?
- Podría contar cosas tristes. Nos peleaban todo el día, todos los días durante dos meses. Estuve en pleno combate. Pero la vida sigue y necesitamos sobreponernos. Me gustan las palabras optimismo y resiliencia. Nadie más tendrá la oportunidad de pelear por la Patria. Yo la tuve. Y cuando volví, me di con que aquí las cosas seguían igual. Entonces tuve que reinventarme.
Actualmente, no hay vuelos comerciales a las islas debido a las restricciones por la pandemia de covid. Los cruceros, además, redujeron su frecuencia. Por eso, la única forma de llegar hasta ahí es a bordo de un avión que parte una vez a la semana desde una base militar en Inglaterra.
Y pese a que el gobierno de las islas evalúa levantar algunas restricciones sanitarias durante las próximas semanas, todavía mantiene contrapuntos recurrentes con las autoridades argentinas. De hecho, los primeros días de marzo el Ejecutivo local reclamó a Gran Bretaña que se avance en la reanudación de los vuelos regulares entre el continente y las Malvinas, desde la ciudad chilena de Punta Arenas, con escala en Río Gallegos. Todavía no ha obtenido respuesta. “Malvinas es muy linda, con jardines prolijos, con montañas bajas, con callecitas que mueren en el mar. Con eso sueño; con volver”, cierra Bernal.